El último día de verano

Hace tres meses, uno de los primeros días de trabajo en la piscina, un padre jugaba con su hijo y con todos los amigos de su hijo. Todos sabemos lo que cansa (físicamente) jugar con niños. El padre se tiró un rato muy largo tirándolos al agua, corriendo, jugando y haciéndoles reír sin parar. Cuando se cansó, porque los mayores siempre se cansan antes que los niños, el padre se fue y los niños se quedaron en el agua. Cuando estaban tranquilamente en el bordillo el niño les dijo a sus amigos: ¿A que mi papá es el mejor papá del mundo? Pensé que eso tenía que ser lo más bonito que una persona pudiera escuchar en la vida, que su hijo le diga que es el mejor papá del mundo, y aunque me entraron ganas de levantarme para contarle al padre lo que su hijo le había dicho a sus amigos me quedé en mi sitio vigilando la piscina.
Este fin de semana, últimos días de trabajo, cual fue mi sorpresa al sentirme un poco como pudo sentirse ese padre. Después de jugar durante la mañana con los niños estaba sentado en mi silla y se acercaron todos juntos para darme un diploma al mejor socorrista. Eso en realidad sólo fue un detalle de los padres, pero cuando los niños empezaron a decirme cosas como ¡por favor vuelve el año que viene! o ¡quédate para siempre! o ¡eres el mejor socorrista que hemos tenido nunca! a uno le entran unos escalofríos y una emoción que le inundan el cuerpo. Me llegaron a decir que me iban a poner una clausula de rescisión de 60 millones por si me quería fichar otra piscina. Los padres, por su parte, me ofrecieron si la quería una carta de recomendación para que volviese el año próximo (y eso es un orgullo).
Tras dar mil besos y mil abrazos a todos los niños y los padres vino lo peor. Cerramos la piscina y los socos nos quedamos a cenar con nuestros chicos, los chavales de 12-15 años que nos acompañaban cada día debajo de la sombrilla. A las doce de la noche por fin nos despedimos; los chicos empezaron a llorar y yo me tenía que separar por momentos de ellos porque si no también me iba a poner como ellos. Al final de muchos abrazos de consolación todos subieron a sus casas y prometimos vernos a lo largo del año. Yo cerré la puerta por última vez tras 90 días haciéndolo y el verano se acabó. Apagué los focos de dentro de la piscina, cogí la bici y pedalee hasta casa con un nudo gigantesco en la garganta.
Ayer lo que iba a ser un día normal se convirtió en uno de los días más emocionantes que he vivido. Me alegra saber que hice bien mi trabajo y me alegra que los chavales me dejaran una marca tan grande como la que yo les he dejado a ellos. Me alegra haber llorado de emoción porque se acababa el verano como cuando era un niño y tenía que volver del pueblo a Madrid para empezar el cole.
He conocido a gente maravillosa con la que seguro mantendré el contacto. Ahora nos esperan nueve meses de aventuras para desembocar, si todo va bien, en otro verano juntos. Como diría la Old School, KABUM-KABUM!!! Nos vemos pronto chicos, a portase muy bien!!!


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