Ver morir a alguien

Salió del garaje a paso ligero, estaba cansado y tenía ganas de llegar a casa rápido para tirarse en el sofá y descansar un poco antes de enfrentarse al turno de noche. El día había ido normal pero las cosas cambiaron en cuestión de segundos...
Al cruzar la calle miró a la derecha y vio a un hombre caído en el suelo bocabajo. En ese momento, con el pelo caneando y el suelo mojado por la lluvia se imagina que es un hombre algo mayor que ha resbalado y ha caído. Al ver al hombre rodeado por tres o cuatro personas y observar como ninguno le ayuda el chico se indigna un poco pero casi no le da tiempo a pensar porque todo sucede muy deprisa. En los tres segundos que pasan desde que le ve hasta que llega al cuerpo del hombre le da tiempo a pensar muchas cosas: Pasa al lado de una de las personas con el móvil en la mano y escucha insistir en que venga la ambulancia rápido, él pasa de largo hacia el hombre que está caído en el suelo y no escucha mucho porque se da cuenta de que algo va mal. -Ayúdame a ponerlo de lado -le dice a otro chico que está allí, cerca del caído. En esos tres segundos le da tiempo a imaginarse que aquello no va bien porque nadie se acerca al hombre y eso le hace actuar más rápido y acelerar el paso, le da tiempo a pensar que aquello no va bien porque el hombre no se mueve, pero en tres segundos nada es certeza y todo son suposiciones. En esos tres segundo le da tiempo a dejar lo que lleva en la mano, el casco y las llaves de la moto que quedan tirados en el suelo. 
En la décima de segundo antes de darle la vuelta al hombre para ponerle en "posición de defensa" y que así pueda respirar no sabe lo que se va a encontrar, eso no se lo había imaginado en los tres segundos anteriores. En la siguiente décima de segundo recuerda que en el curso de primeros auxilios alguien preguntó ¿pero cómo se sabe cuándo alguien está en parada cardio-respiratoria? ¿Y si inicias un masaje cardiaco y a la persona todavía le late el corazón? -Cuando te encuentras a alguien que está en parada se sabe -contestó tajante el profesor. El chico piensa "y tanto que se sabe".
El hombre está inconsciente, pálido y con una herida en la frente de la caída. El chico no se asusta porque no le da tiempo y en los siguientes cinco segundos le busca el pulso y no hay; sabe lo que tiene que hacer; le baja la cremallera del abrigo y se lo abre de par en par. Sabe también que no puede perder el tiempo en desabrocharle los botones de la camisa así que mete los dedos por uno de los huecos del centro y se la abre de un tirón seco, descosiendo cada botón por la fuerza en un abrir y cerrar de ojos. Le busca la línea intermamilar, justo dos dedos por encima del final del apófisis xifoides, como le enseñaron en el curso y comienza el masaje cardiaco. Para sus adentros canta la canción que le enseñaron para llevar el ritmo de 120 pulsaciones por minuto en el masaje y sólo se interrumpe para preguntar cuanto tiempo lleva el hombre tirado en el suelo sin atención o para tomar el pulso. Lleva mucho tiempo sin atención... No hay reacción.
Una mujer le toca y dice -está frío, -pero el masaje no debe parar. La uvi móvil tarda en llegar unos cinco o seis minutos más aunque a las personas que hay alrededor se les hace eterno y les parece quince minutos en vez de cinco. A él no, sabe que en esos casos el tiempo pasa muy despacio.
Los médicos le relevan pero al hombre se lo habían encontrado en la calle caído y habían pasado por lo menos cinco minutos hasta que había llegado él y había iniciado el masaje. Sabe que en una parada cardio-respiratoria cinco minutos sin reanimación es mucho. El chico se queda al lado del hombre, quiere llorar, no por pena ni por miedo sino de puro nerviosismo. Cuando para es cuando le da tiempo de ponerse nervioso, pero respira y se tranquiliza. No llora, se tranquiliza, ayuda en lo que puede y se vuelve a apartar. Más de una hora después el policía que le devuelve sus llaves caídas en el suelo le dice, cuando le llaman de nuevo para que les cuente qué ha pasado, que le habían conseguido sacar del paro pero que luego le había vuelto a dar y no se había podido hacer nada.
Vuelve a su casa y le hacen falta unos días para afrontar lo que ha sucedido. Él prefiere no pensarlo porque se le ha muerto alguien en las manos, no obstante algo cambia en su interior. Algo muy sutil que ni hace ruido, ni se ve, ni huele, pero algo importante ha cambiado. Ahora no tiene la misma percepción de la vida y de la muerte. Ahora no tiene miedo y parece quitarle importancia al hecho aunque sea como mecanismo de defensa. Ahora la vida y por ende la muerte parecen algo mucho más natural, más cercano y más plausible. No tiene miedo porque ha visto como es el final. Ahora cree que las cosas a las que le damos mucha importancia quizás no la tengan y cree que otras sí que la tienen y se dice que él podría haber sido ese hombre. Que mañana, pasado o en cualquier momento él puede ser ese hombre, que de hecho él algún día va a ser ese hombre. El chico se imagina en el lugar del hombre, en el cielo pensando en lo que hubiese cambiado de su vida si muriese de repente y se da cuenta que pocas cosas sin importancia (o quizá las más importantes). Piensa que si muriese se arrepentiría de no haberle dicho más a su madre que la quiere o de no haber disfrutado más de la compañía de algunos amigos que ya no ve tanto como antes. Por lo demás se encuentra en paz consigo mismo así que a partir de ese día empieza a decirle más a menudo a su madre que la quiere y aunque al principio le cuesta verbalizarlo va haciéndolo cada vez con más soltura. También se pone como regla ver todas las semanas a cada persona que considera importante, porque cada semana podría ser la última y es algo que ahora ve con naturalidad. La muerte está ahí, es bueno recordarlo, por eso hay que aprovechar la vida. Viajar, amar, conocer. Ver morir a ese hombre en sus manos es una lección de vida. La muerte vista de cerca le enseña vivamente que estamos aquí de paso, le enseña que nada tiene tanta importancia como él cree y que hay que amar hoy porque quizá mañana no pueda. Todo esto le recuerda a una historia sobrecogedora que conoció días atrás y que no se le va de la cabeza, una serie de fotografías de una pareja... una historia de amor que nos recuerda que hay que vivir... y hay que amar porque al final, en el verdadero final de los finales, debe ser lo que nos haga ir en paz.

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