Aprendiendo de Eric Berne

Según Berne todavía soy un niño. No le falta razón al doctor y no le han hecho falta ni cinco minutos para darse cuenta. Es admirable su rapidez y profesionalidad, a mí me costó saber que no era un adulto (y que además no quería serlo) unos dos años.
Además, según Berne, soy un niño natural. Ni si quiera uno de esos niños adaptados que se ven influenciados por la figura del adulto y del padre. Yo soy natural y soy rebelde. Según Berne el niño es la parte más valiosa del "yo". Contribuye a la creación, a la naturalidad, al encanto y a la intuición. Cuando me habla el doctor Berne me siento bien, me siento inteligente y enérgico, con fuerzas que nacen de mi interior y que me llevan en volandas con la naturalidad con la que vive el "niño natural". No es para menos, Berne me lo ha explicado; esa fuerza interna me ayuda a perseguir metas con sencillez, aunque la sociedad lo mire mal, aunque el Dios Dinero lo mire mal y aunque la ineptitud de algunos lo mire mal. A mí me da igual, yo soy un niño. Pies en el suelo y cabeza en las nubes, metas altas que alcanzar, casi irreales para algunos, estúpidas para otros e irresponsables para los adultos adaptados a caer bien y al orden que les rodea y les imponen desde fuera. Un rebaño encerrado en una cerca tan amplia que ni si quiera pueden ver la valla. Metas, en fin, que me hacen reír, porque el niño, según Berne, se lo toma todo como un juego. Nada es una obligación y todo es ilusión y ganas.
En cambio los caminos rectos, el Dios Dinero, los trajes bien planchados y las corbatas apretadas, la piel sin arrugas y los dientes perfectamente blancos luchan por crear adultos. Todo lo que suena a perfección y triunfalismo lucha por crear adultos, ¡por matar niños!, las rutinas y las vidas de una sola manera, el tedio de lo que está bien. 
Contra eso hay que luchar si se es un niño natural.

Comentarios

Entradas populares