Dónde encontré la felicidad

A nueve días de finalizar el año trece de este siglo, el número 12+1, todos hacemos el inevitable balance y miramos fotos desde el 1 de enero hasta hoy para recordar esos momentos buenos y poder decirnos que el año ha merecido la pena.

EL VIAJE:
A mi este año me ha resultado apasionante, tengo muchos momentos buenos grabados en el corazón y otros que no son tan buenos pero que me han enseñado mucho. A lo largo del año he recorrido sendas que jamás creí que recorrería, caminos insospechados hace unos años y que la vida ha puesto delante mía para poder pisar, tocar y sentir. Uno de esos caminos fue un verdadero viaje. El año trece empezaba para mí muy bien, recorriendo Europa y llegando hasta Amsterdam en coche, viajando unos 20 días sin parar y recorriendo más de 5000 kilómetros. Pensaréis que en ese viaje encontré la felicidad por el mero echo de estar de vacaciones, en otros países, en ciudades encantadoras y caras y muy lejos de casa. Pues todo eso me gustó pero ahora en el recuerdo, lo que de verdad me hace feliz ahora, es recordar cosas muy puntuales como las risas y los buenos momentos con mi compañero de viaje, la impresión al ver el Teatro romano de Orange o la emoción de contemplar las playas del Desembarco de Normandía y el gran cementerio estadounidense plagado de cruces. Y la felicidad se encuentra ahí, en las risas, en la alegría o en la emoción que encuentras al recorrer, al conocer, al viajar y al compartir.

Además la felicidad está cultivando las grandes pasiones, en mi caso la Arqueología, que es capaz de seguir sorprendiéndome. Creo que sentí lo mismo el día que entré de pequeño al anfiteatro de Mérida y aquel día de enero de este año cuando entré en el gran teatro de Orange. La felicidad también se encuentra en no perder a ese niño que todos llevamos en nuestro interior y que como nos enseñó José Luis Sampedro vamos apartando de nosotros según van pasando los años. Ese niño somos nosotros, es nuestro yo verdadero y seguramente tenga más respuestas para ti de las que puedas imaginar jamás.

EL VERANO:
Al llegar a Madrid el año continuaba, el tiempo tiene la manía de no pararse nunca. Fueron meses frenéticos porque tenía que hacer la tésis de máster y además necesitaba trabajar más así que unos meses antes de la temporada estival me saqué el título de socorrista y de técnico en primeros auxilios. En verano encontré trabajo de socorrista y eso sí que fue un regalo; uno de esos senderos que jamás pensé que recorrería y que me han dejado el sabor más dulce que pueda dejar un trabajo. De nuevo me sentí un niño, rodeado de chavales extraordinarios aunque ellos no se lo crean. Esos chicos, con sus miedos, sus alegrías y sus dudas de adolescentes me hicieron pasar un verano fantástico en su compañía y más allá de un trabajo de verano para sacar algo ahorrado se convirtió en una experiencia indeleble. ¿Y dónde está la felicidad? ¿En un trabajo donde estás sentado todo el día sin hacer nada? No, ahí no está la felicidad. Conocer a gente muy buena que me abrió las puertas de su casa y de sus vidas y a chicos maravillosos que me hicieron reír y volver a recordar sentimientos perennes de una olvidada adolescencia y de unos casi olvidados veranos del amor; ahí y no en otro sitio estaba la felicidad.

LOS ESTUDIOS:
El verano en la piscina acabó el 15 de septiembre y al mes siguiente presentaba la Tésis de Máster. Fue un éxito y acabé mis estudios. Se dice pronto, licenciado en Historia y máster en Arqueología y Patrimonio (que en español es maestro aunque no sé el porqué de utilizar la palabra en inglés... seremos freaks... que diga frikis). Y tantos años entre libros y tantas tardes de biblioteca y tantas horas ensimismado ¿para qué? Pues muy fácil, porque mientras estaba entre libros, mientras aprendía, mientras excavaba la memoria de nuestra Historia, era feliz. Tener un título de maestro en algo o de licenciado en tal o en cual cosa no tiene gran valor por sí solo. Si bien es verdad que te puede abrir muchas puertas lo importante no es llegar a Ítaca como diría Kavafis sino el camino. Ahora los títulos me sirven para coger polvo en la pared, es decir para nada, pero cada vez que los miro albergan tantos buenos recuerdos que me enorgullece pensar que si tuviese 18 años volvería a cometer el mismo error una y mil veces de haber estudiado lo que desde pequeño me apasionó. Ahí está el niño que todos llevamos dentro agradeciéndomelo a gritos.

LA MOTO:
Y cuando todo esto acabó no pude descansar porque necesitaba otro trabajo así que decidí comprarme una moto con el dinero que había ganado como socorrista y entrar a trabajar como repartidor. ¿Y sabéis qué? Que es algo que me encanta. No estoy loco, tranquilidad, no me gusta trabajar (que es algo tan insano como que te pagan por hacerlo), lo que de verdad me gusta es montar en moto y disfrutar soltando adrenalina. Desde que era pequeño he mamado el mundo de las motos en casa y tenía muchas ganas de tener una. ¿Y qué nos hace felices a los moteros? Es algo inexplicable porque es algo que hay que sentir. Pero todo se resume en una palabra: Libertad... el viento en la cara o la adrenalina al pasar casi rozando entre dos coches.

DECIR TE QUIERO:
Por último este año me ha enseñado que la felicidad también está en decir te quiero. Hace unos meses me sucedió algo que no es común y es que me encontré a un hombre en parada cardio respiratoria y le tuve que ralizar la RCP, el hombre falleció y eso me marcó de alguna manera. El caso es que no sé por qué pero a partir de ese día vi con total claridad que los días no vuelven y que no podemos tirar el tiempo que se nos ha dado porque sólo hoy existe y mañana ya se verá, porque lo que no decimos hoy puede que no podamos decirlo nunca, así que le empecé a decir te quiero a mi madre. -Buenas noches, te quiero... o -Hasta luego, te quiero... al principio sonaba tan raro que parecía hasta inventado. Me sentía tan ortopédico y me chirriaban tanto las palabras que parecían de mentira ya que no recordaba ni si quiera la última vez que le había dicho te quiero a mi madre. Pero le fui pillando el truco y creo que es el regalo más grande que le puede hacer un hijo a su madre. Mi madre además se jubila este año después de toda una vida trabajando y dando la suya por mí, así que es lo menos que puedo hacer por ella. Ahora verla sonreír es el regalo más grande que este hijo pueda recibir.

Así que ahí está la felicidad: en los grandes viajes, en los buenos momentos con los amigos, en obsesionarte con lo que te apasiona, en perseguir tus sueños, en el viento golpeándote la cara, en las palabras de amor, en la sonrisa de una madre, en las sendas inesperadas, en los buenos recuerdos y en los veranos de cuando éramos niños.

Espero que hayáis disfrutado de este año tanto como yo. Y si no es así pues no pasa nada, yo también he tenido años malos. Si este año no ha sido bueno ha sido por culpa del 13, que da mala suerte. Siempre vienen tiempos mejores pero... o quizá no. Por si acaso no lo olvides nunca: carpe diem.

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