Yo, abeja obrera

En estos tiempos que corren es muy fácil perderse entre tanto ruido y una vez que estás perdido encontrarse es la tarea más complicada del mundo. Vivir una vida que no queremos vivir no es tan incómodo como pueda parecer a priori. Tenemos un trabajo que no nos gustaría tener o que teniéndolo y aun sin disgustarnos nos gustaría mejorar, pero en el que tampoco estamos tan mal así que nos conformamos y seguimos hacia adelante. Tenemos poco tiempo para estar con nuestros amigos y nuestra familia pero nos conformamos porque el ritmo de vida de los tiempos que corren nos lo dicta así. Hace mucho que no veo a tal o cual amigo pero no acabo de llamarle porque entre que llego a casa, me cambio, me ducho y ceno ya es la hora de irme a la cama; y al día siguiente más. Al final el día está lleno de horas ocupadas en cosas que tenemos que hacer aunque no nos guste hacer, cosas que tampoco nos disgustan pero que hacemos obligados: trabajar para pagar el alquiler, lavar y planchar la ropa, limpiar la casa, lavar el coche, ir al dentista, llevar al niño al cole, traerlo, darle de cenar... al final poco o nada es el tiempo que nos queda para hacer esas cosas que de verdad queremos hacer por y para nosotros pero no pasa nada porque en realidad la vida que llevamos no nos disgusta o al menos no nos disgusta tanto como para tener que dejarla.

La vida siempre se abre paso y entre tantas horas de obligaciones al día siempre hay momentos de regalo, de distensión, de sonrisas, de felicidad. Son esos momentos los que nos hacen llevaderas todas las horas de tareas obligatorias que tenemos programadas, igual que una abeja obrera en su panal: programados. Lo sabemos y no hacemos mucho por impedirlo y eso es porque programados y sin decidir qué hacer, es decir, cuando los cánones, la sociedad o los demás deciden por uno mismo es mucho más fácil y cómodo vivir.

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