Ella


A veces pienso en ella. No, es mentira. Pienso en ella a todas horas. A veces creo que no estoy pensando en nada pero el estado basal de mi mente es ella. A veces me imagino en Australia por imaginarme en el sitio más lejano al lugar donde me encuentro pensando. Y allí está ella, sentada a mi lado, dentro de mi cabeza. Se ha venido conmigo en el avión y me ha perseguido hasta la otra punta del mundo.

A veces me imagino en otra ciudad desconectado de todo mi pasado. Desconectado de mis calles, de la gente que me vio nacer y crecer, de los parques que me vieron besar y de los árboles que me vieron pasar y que yo vi morir. A veces creo que allí, sin redes que nos conecten y sin teléfonos que nos unan, allí, a veces pienso que sería libre.

A veces pienso que ya fui libre una vez y que por mucho dinero que tenga y por mucho que corra para intentarlo no volveré a serlo nunca. A veces creo que lo mejor es irme a un sitio donde haya mar y sentarme a mirarlo cada día hasta que me duela el culo. Enfrente el mar y nada más. Entre él y yo la playa y el viento como aliados y detrás toda la mierda de la que paso. Detrás todo, que me deja en paz y no me mira. Pero allí está ella, allí o aquí, dentro de mi cabeza, que me ha perseguido hasta el fin de la tierra, donde empiezan las aguas profundas.

A veces me imagino viviendo en mi ciudad, fuera de mi barrio y cerca del trabajo, siendo una más de esas hormigas que van en moto, en coche, en bici o caminando. A veces me pregunto cuantas toneladas de hormigón hay entre mis pies y el verdadero suelo verde que se debió encontrar allí un día, supongo que muchos cientos de años antes de que viniésemos nosotros a vomitar cemento sobre la Madre Tierra.

A veces creo que no soy una hormiga y que mi camino tiene destino y que mi destino tiene fin. Y ella vuelve y el fin es ella y el destino es ella y mi cabeza está en ella. En sus curvas y en sus ojos y en sus manos. A veces pienso en volar hasta un sitio donde no sean como yo. Donde en vez de deportivas lleven sandalias y en vez de oro lleven collares de colorines. A veces creo que así ella dejará de perseguirme y conseguiré olvidarme de todo lo que queda detrás cada vez que miro el mar y de todo lo que queda delante, que no es nada si pienso en ella.

A veces miro al frente y no se que hay, o lo veo todo borroso o directamente no veo nada. A veces me marea el paso del tiempo sin sentido y el sinsentido del paso del tiempo.  A veces creo que pasan los días y ni si quiera he visto mi fuente de energía al lado del camino, a veces vivo de noche durante una semana y se me olvida subir las persianas y bajar los párpados. A veces el amor fluye, o ya no fluye, ya sólo está aletargado o quien sabe si muerto como muertos estaban los niños de Benedetti. 

A veces el sol nos da la razón y otras nos da la espalda. A veces pienso en ella y vuelvo a pensar en ella y cada día pienso en ella de nuevo. A veces el amor que siento es tan dañino que preferiría no sentirlo. A veces el recuerdo mata, a veces el amor muere. Lo peor de ella es que ya no sé quien es, es que no recuerdo el tacto de sus manos, ni su sonrisa, ni su mirada, ni su cuerpo disfrutando junto al mío. Ahora no puedo recordarla pero no puedo sacarla de mi cabeza. Y así muero. Y así vivo, a veces boca a bajo para ver si me escondo y a veces de espaldas para ver si sigo. A veces la veo en sueños, a veces la recuerdo a todas horas y a veces siempre. A veces la veo, pero ya no sé quien es.

NOTA DEL AUTOR: Hace unos días leí una noticia sobre William Burroughs, un intelectual del siglo XX. Una de las cosas que más me impactó de este tipo es que, según el artículo que leí "practicó una literatura sometida a ritmos internos, muchas veces ininteligible, próxima a los fogonazos de la poesía y empecinada en registrar procesos psíquicos automáticos antes de que fueran embarrados por el filtro del intelecto". Me llamó tanto la atención esto de la escritura automática que ayer mismo probé a escribir un texto. La escritura automática consiste básicamente en ponerse ante un papel en blanco y relajarse lo máximo posible, dejando la mente vacía para a continuación escribir lo que se te vaya viniendo a la cabeza, dejando que tu pensamiento y las frases fluyan sin control alguno. 
A posteriori, viendo otros textos escritos mediante escritura automática (de André Breton o de Robert Desnos) he podido constatar varias similitudes con mi escrito: La primera es la repetición de palabras al comienzo de las frases y la segunda es el giro constante que se produce sobre una misma idea que siempre es la primera que se te vienen a la cabeza. Aunque los autores surrealistas que utilizaron esta técnica solían presentar sus textos separando cada frase en una línea o en forma de poesía yo he preferido dejarlo organizado como lo escribí originalmente.


André Breton, fundador del Surrealismo



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