Cupido, no me jodas

El ser humano es algo sensacional. El amor que sale de las entrañas de hombres excepcionales se ve reflejado en obras inmortales como las óperas de Mozart, la arquitectura de Gaudí, las pinturas de Van Gogh, los universos de Coelho, la vida narrada por Cervantes, la poesía de Shakespeare o la filosofía de Hanna Arendt. Pero los sentimientos, su experiencia y su plasmación depende de una cosa; depende de sentirlos. ¿Cómo plasmar amor si no lo hemos sentido nunca? ¿Cómo escribir sobre algo que no se siente?


Últimamente sólo me sale escribir de política y, siendo el poeta pésimo que soy, de vez en cuando me sale algún verso que es como una vaca de esas desnutridas con las ubres famélicas colgando. Poesías, esqueletos de lo que deberían ser líneas de prosa poética dedicadas al amor, nimiedades pequeñas que no hacen honor a grandes sentimientos. Es como si el amor quedara lejano, como si ya no pudiese ser más un libro abierto de sentimientos bohemios, que por otro lado brillan tanto como duelen dependiendo del momento en el que te cojan. La montaña es la misma pero no es lo mismo subir hasta la cima que caer rodando colina abajo.

Es una crisis esto de no poder escribir sobre algo que amas, esto de no poder sentir sobre algo que sentías, pero por otra parte, ¡qué bien me encuentro! Sin el corazón al galope, o enamorado, o roto, se anda mejor por esta vida, eso me lleva a pensar que el órgano más importante de nuestro cuerpo no es ni el corazón, ni el cerebro, sino el alma.

Cuando el alma brilla nos planteamos sueños de esos que nos hacen ser nosotros mismos, de esos que sabemos que con mucho esfuerzo podemos llegar a cumplir pero que si no cumplimos el camino habrá merecido la pena; sueños que nos acercan más a la persona que queremos ser. Cuando el alma brilla nos sobreponemos a todo, o quizás sea al revés y cuando nos sobreponemos a todo entonces el alma vuelve a brillar. Últimamente no encuentro el amor ni debajo de las piedras y, sinceramente, no es que lo esté buscando mucho, es que creo que lo estoy rehuyendo a veces indisimuladamente, cosa que algunas me reprochan con la mirada. Pero oiga, qué bien estoy con el alma libre.

Me gustaría escribir sobre enamorados, sobre romeos y julietas que se anhelan cada noche que están separados. Me gustaría escribirle al fantasma del desamor uno o dos cuentos que nos hiciesen llorar a todos de emoción pero, oiga, que bien se está sin sentir ese desamor. Y créanme que si no lo siento no puedo escribirlo. Querría pero no puedo y eso me hace sentir últimamente como un común Borbón, esto es, lleno de orgullo y de satisfacción.

Almas libres, el mundo es vuestro, disfrutad antes de que Cupido os joda la vida con un empacho de algodón dulce a la vuelta de cualquier esquina.


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